Ingeniería de exportación

Ingeniería de exportación

 

Jóvenes argentinos lideran grandes proyectos multinacionales. Un fenómeno forjado en la universidad, que sorprende a extranjeros.

¿Qué tienen en común la planta de ciclo combinado en Queensland (Australia) y el Canal de Panamá con la sede de Philip Morris en Rusia o tres fábricas de semiconductores idénticas construidas al mismo tiempo en Israel, Arizona y New Mexico? Simple: ingenieros argentinos a la cabeza de todas esas obras. Y en eso mucho tiene que ver CH2M Hill, la empresa norteamericana cuyo mayor centro de ingeniería fuera de los Estados Unidos está ubicado en la Argentina, más concretamente en Barracas. Entonces, así como en el fútbol se sabe que los jugadores argentinos están entre los de mayor valía, a la hora de los grandes proyectos en las diferentes áreas de ingeniería no es nada raro ver a un compatriota liderándolos. Una selección de talentos al servicio de proyectos muy destacados.

 

Las situaciones y los métodos de trabajo difieren, pero el conector siempre es un ingeniero argentino. Ya sea como líder de operaciones, project manager o auditor, entre otras funciones protagónicas, los casos abundan, como los de Susana Lerin, Fabián Baschera, Gustavo Gonnelli y Diego Roisinblit, quienes conducen proyectos desde la Argentina o se trasladan por el mundo para aportar sabiduría. ¿Dónde está la clave, cuál es el motivo? Más allá de aptitudes personales, todos coinciden en que “el nivel educacional es muy bueno en la Argentina. Tanto en América como en el resto del mundo se hace una gran valoración de los ingenieros de nuestro país”. Siempre apelando a la humildad, es Gonnelli quien afirma que “nunca sentí que en el exterior tuvieran mejor preparación que la nuestra”, encontrando la punta del ovillo de una ventaja local por sobre el resto.

 

“Estudiar esta carrera en la Argentina demanda al menos seis años, mientras que en Estados Unidos o Inglaterra, por ejemplo, les lleva tres o cuatro, pero con una especialización puntual. En cambio, nosotros podemos recibirnos en una especialidad, pero todos los ingenieros terminan los estudios sabiendo de estructuras, hidráulica, mecánica… Entonces, a la hora de trabajar en grandes proyectos, cualquiera está a la altura de las circunstancias por contar con conocimientos que tal vez no tiene un ingeniero joven de otro país”, agrega Roisinblit, project manager en trasporte.

 

Por caso, Fabián Baschera, project manager en power & energy, cuenta su particular historia formativa: “Yo me recibí de técnico eléctrico pero no terminé la Facultad: dejé en cuarto año de ingeniería porque ya había empezado a trabajar en un estudio, a los 18 años. Lo hice durante seis años hasta que pude armar con amigos nuestro propio estudio, en el que, por ejemplo, hacíamos trabajos para Techint. Justamente, las dos fases bien definidas que tiene la carrera de ingeniería (la formación básica y la especialización) terminan siendo herramientas que no se ven en ingenieros recién recibidos en otras partes del mundo, posicionando a los argentinos en el rol de todoterreno. Y a la vez, a la empresa le genera el lindo inconveniente de no saber cómo clasificar en unidades de negocios a los empleados de la oficina, ya que la mayoría tiene variadas especializaciones”.

 

Ellos son la punta de lanza de una empresa que no deja rubro sin cubrir: desde minería y química, pasando por energía en todas sus versiones, a transporte y aguas. Para todo, CH2M Hill tiene especialistas. Incluso, adaptados, como Lerin, quien forjó su carrera como arquitecta, derivándola hacia a la ingeniería por inquietudes y condiciones. “El paso se dio porque en el Departamento de Arquitectura empecé a coordinar proyectos, para después hacer lo mismo pero en todas las disciplinas: ingeniería civil, mecánica, en procesos…”, explica ella, project manager en infraestructura, quien, además, expone un ítem fundamental en el desarrollo de los profesionales, al menos en su empresa: “Cuando uno ingresa a CH2M Hill, la empresa lo envía a un intercambio en Estados Unidos, durante al menos un año. Yo estuve un año y medio en Saint Louis. Acá siempre está abierta la posibilidad de trabajar en el exterior, por el hecho de que hay tantas oficinas en el mundo. Es más, suele pasar que los clientes se instalan en lugares nuevos para ellos y terminan llevándonos. Eso pasó, por ejemplo con Philip Morris en Rusia”.

 

Otro aporte para entender las facilidades que otorga el medio lo hace Baschera: “Hay que destacar que la empresa está exportando entre 160.000 y 200.000 horas de ingeniería anuales. Para sostener eso, estamos permanentemente entrenando gente para que pueda contar con las herramientas necesarias para cada situación, para que tenga un mejor manejo de idiomas, algo fundamental… Los empleados nunca dejan de perfeccionarse. Entonces, como nuestros productos son corporativos, el cliente no sabe en qué país fue armado o construido, lo que es impresionante, dado que evidencia que en todo el mundo contamos con las mismas herramientas. Eso es un lujo”.

 

Ahora bien, ¿da igual trabajar en un proyecto en el exterior que monitorear una obra desde la Argentina? Gonnelli, líder de operaciones del Sector de Agua en la Argentina, admite que “en los viajes largos, lo que más cuesta es la inserción en los grupos de trabajo, pero superada esa barrera, el cara a cara da una comunicación que a la distancia no se consigue. Sin embargo, el nivel de seriedad y profesionalismo es tan alto que la fluidez surge de manera natural. A mí, particularmente, no me ha tocado trabajar durante más de un mes fuera del país, pero sí en varios proyectos afuera monitoreados desde aquí. Uno muy particular fue realizado en China, con ingenieros ingleses allá y yo como project manager acá. Fue una experiencia muy interesante, enriquecedora”. Entre tanto viaje relámpago, Baschera recuerda que su primer traslado fue el más largo, viviendo un año y medio en Nueva Jersey, a donde llegó “con gran curiosidad, más que nada por ver cómo se desenvolvían, cuáles eran las claves de una sociedad exitosa. Enseguida me di cuenta de que los profesionales no tienen ni más ni menos que los de la Argentina, pero entendí que la diferencia es cómo capitalizan ellos las experiencias: lo que salió bien lo valoran y no se ponen colorados al repetirlo en otros proyectos, por ejemplo. Focalizan en mejorar lo que salió mal y sólo con eso ya ganan tiempo, mientras que los argentinos tenemos la tendencia a intentar mejorar algo que ya se hizo en forma similar a lo planteado”.

 

Cada experiencia particular delata el grado de aceptación que la ingeniería argentina tiene en el mundo. Para echar blanco sobre negro en ese aspecto, Roisinblit, cuya primera experiencia en “grandes ligas” se dio en Inglaterra, resume: “En muchos proyectos llevados a cabo con profesionales norteamericanos o ingleses he notado muchas veces su sorpresa al interactuar durante unos días con ingenieros argentinos, porque siempre las relaciones empiezan con un temor de su parte respecto de nuestro conocimiento de las diferentes normas internacionales. Claro, ellos piensan: ‘éste estudió en la UBA, ¿qué será eso?’, sin saber que en la propia Facultad nosotros adquirimos conocimientos que en otros países aparecen recién en los primeros trabajos”.
El factor sorpresa también es remarcado por Baschera, quien cuenta que “la formación del ingeniero argentino se valora absolutamente, es un diferenciador a la hora de convivir con profesionales de otros países, a los que sorprende ver el conocimiento que tenemos, mientras que la educación más dirigida que reciben ellos en muchos casos acota sus posibilidades laborales”. Además, y en esto coinciden otra vez, “por naturaleza, el argentino tiende a trabajar hasta cumplir los objetivos, olvidándose de los horarios. En cambio, en la mayoría de los países, en las oficinas llega la hora de irse, dejan el lápiz, el plano y a otra cosa”. Y Gonnelli agrega: “En Chile o en México me sentí muy cómodo trabajando y me di cuenta de que en Latinoamérica es muy respetada nuestra preparación. Lógicamente, el idioma facilita mucho las cosas”. Y la mirada femenina aporta un eslabón vital de la cadena: las relaciones humanas. “En general, a los argentinos nos ven como personas muy sociables, amigables, ya que somos de invitar a la gente a nuestras casas, o a tomar un café después de la oficina, con costumbres más cálidas que en Europa, por ejemplo. Y en los viajes largos se termina dando que la gente de otro país invita a los compañeros a sus casas, algo que nunca antes había hecho”, suma Lerin el factor personal.

 

Obviamente, el hecho de tener base en Barracas les permite a los ingenieros de CH2M Hill protagonizar diariamente la escena nacional, con cuentas pendientes, como la de Gonnelli: “Mi sueño, cuando comencé a estudiar, tenía que ver con las represas, la energía hidroeléctrica. Estudié ingeniería civil con especialización en hidroeléctrica, pero la vida me llevó al agua y al saneamiento, porque no me tocó vivir en el país los grandes proyectos hidroeléctricos y ésas son cosas que se dan cada 20 años o más… Es un déficit, aunque ahora se reactivó el rubro en el país”. Entonces, ser parte de una de las diez mayores compañías de ingeniería y construcción de Estados Unidos les permite a sus empleados acceder a proyectos que de otra manera no protagonizarían. ¿Cuál es la diferencia entre tareas locales y obras multinacionales?

 

“La magnitud de los proyectos no se puede ni comparar, tanto en costos como en infraestructura. Un proyecto chico en cualquier país europeo o en Norteamérica equivale a uno grande en la Argentina. Y para nosotros un viaje puede significar alejarnos de la familia o del círculo más cercano, pero como la corporación tiene tantas oficinas alrededor del mundo, laboralmente nos da toda la contención necesaria, desde factores personales, como puede ser la asistencia médica a cualquier cuestión puntual que se necesite para la finalización de un proyecto. Y, por lo general, en el exterior se termina cada proyecto que se planea. En nuestro país debe haber edificios llenos de proyectos que no se dieron por cuestiones económicas o burocráticas”, puntualiza Roisinblit, quien se apasiona al recordar su participación en la teminación de la autopista Madden Colón, en Panamá, “un trabajo arduo, pero que al verlo terminado reconforta, por haber plantado una semilla importante de cara a los avances viales futuros”.

 

Hablando de trabajos imponentes, Baschera detalla que “ya funciona Darling Downs, que es la planta de ciclo combinado de energía eléctrica más grande de Australia, en Queensland, aportando la mayor producción del país. Todo nace en Atlanta, Estados Unidos, donde la empresa tiene su oficina de power. Cuando allí licitan un trabajo, lo derivan, y así nos llegó a nosotros. Fui gerente de ese proyecto, que duró un año, viajando apenas tres semanas en el inicio, para coordinar todos los pasos que se darían. Después fueron diez meses teniendo videoconferencias semanales entre Buenos Aires y Australia. Esa comunicación es lo más complicado, pero el compromiso es tal que facilita las cosas”.

 

Lerin, a su vez, recuerda gratamente la obra de la embajada de Estados Unidos en Lima, que significó “trabajar en territorio estadounidense sin estar en el país concretamente, bajo la supervisión del Departamento de Estado y con sistema imperial, no métrico como el que usamos aquí, atendiendo cientos de cuestiones de seguridad… Fue tan impresionante el trabajo, que CH2M Hill terminó abriendo una oficina en Lima después de ese proyecto”.

 

Con Lionel Messi a la cabeza, los futbolistas argentinos son protagonistas de las mejores ligas del mundo. Pero mientras tanto, cada viajero que tome el tren de alta velocidad brasileño entre los aeropuertos de Galeo y Campinas; o recorra las autopistas de Chile, Panamá o Trinidad y Tobago; o encienda una lámpara en México, Guyana o Saint Marteen; o abra una canilla; o llegue al aeropuerto de Los Cabos (México) o al de Heathrow (en Londres), también estará contemplando otra obra argentina. Supervisada, dirigida y pensada por profesionales argentinos de primerísimo nivel. Ingeniería de exportación, al fin y al cabo.
* Esta nota fue publicada en la edición 1010 de la Revista CAI